El Sol enamorado de la Luna.
Leyenda de origen maya. Hace mucho tiempo el Dios Sol se enamoró de la Luna. Empezó a regalarle sus rayos, pero la Luna permanecía fría en su helada blancura.
"¿Qué podré hacer para conquistarla?", se decía el Sol, hasta que tuvo una idea: "Todos los días cruzaré frente a la casa de la Luna cargando un venado en mis hombros: sin duda quedará cautivada por mi habilidad de gran cazador".
Pero en vez de cazar, agarró una piel de venado y la rellenó de ceniza: "Así no me cansaré", pensó satisfecho.
Leyenda de origen maya. Hace mucho tiempo el Dios Sol se enamoró de la Luna. Empezó a regalarle sus rayos, pero la Luna permanecía fría en su helada blancura.
"¿Qué podré hacer para conquistarla?", se decía el Sol, hasta que tuvo una idea: "Todos los días cruzaré frente a la casa de la Luna cargando un venado en mis hombros: sin duda quedará cautivada por mi habilidad de gran cazador".
Pero en vez de cazar, agarró una piel de venado y la rellenó de ceniza: "Así no me cansaré", pensó satisfecho.
Y así, todas las tardes, a la hora del ocaso, cuando la Luna se disponía a salir, el Sol cruzaba frente a ella con el falso venado a cuestas.
Pasaron los días y, justo cuando la Luna empezaba a mostrar cierto interés en lo que hacía el dios, el Sol estaba tan emocionado que se tropezó, el falso venado fue a chocar contra unos arbustos llenos de espinas, la piel se rasgó y dejó tras de sí un reguero de ceniza incandescente.
Pasaron los días y, justo cuando la Luna empezaba a mostrar cierto interés en lo que hacía el dios, el Sol estaba tan emocionado que se tropezó, el falso venado fue a chocar contra unos arbustos llenos de espinas, la piel se rasgó y dejó tras de sí un reguero de ceniza incandescente.
Esa noche el cielo se llenó de estrellas.
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